POSTEXILIOS
conclusiones
¿POR QUÉ SE HEREDA UN EXILIO?

El objetivo de esta tesis ha sido explorar incertidumbres e intuiciones que surgen en torno al exilio presente en mi historia familiar, consecuencia de la última dictadura en Argentina. Como es natural, traté de hacerlo desde la perspectiva de quien hereda un exilio, contrario a quien lo vivió en sí. Se trabajaron los conceptos de memoria e imaginación como mecanismos para la articulación y la configuración del exilio heredado. Fue una exploración en torno al no-retorno y a la producción artística desde el desarraigo ocasionado por esta herencia errante. Una producción artística además atravesada por tecnologías que también juegan un rol en la construcción de la memoria.

En retrospectiva debo decir que la realidad es que no creo que se pueda responder con exactitud la pregunta de por qué se hereda el exilio, sino solo abrir más preguntas. Lo mismo con el tema de la construcción de memoria. Se pueden decir muchas cosas, pero se trata de decir aquello que no se ha dicho antes acerca del pasado, o de poner en duda aquello que se ha dicho y nunca fue cuestionado.

La memoria es un ardid que la evolución inventó para que sus criaturas puedan comprimir el tiempo físico
(Solcoff, citando a Tulving, 2016: 16).

Una interpretación para esta frase podría ser que la memoria es un mecanismo evolutivo que le permite al ser humano regresar a tiempos en los que adquirió cierta sabiduría de vida. A partir de la memoria, la imaginación creativa, la conciencia autoreflexiva y el lenguaje poético, “El hombre es capaz de imaginar realidades complejas, modificar su pensamiento, crear ficciones, resolver problemas lógicos, inventar artefactos, hacer obras artísticas, recordar su propia vida, pensarse a sí mismo, conmoverse frente a un hecho estético” (Solcoff, citando a Vigotsky, 2016: 18).

Si el exilio implica a la esfera de lo familiar y lo generacional, su herencia implica un mecanismo de memorias compartidas, donde en ocasiones el recuerdo se produce entre dos personas “en esa zona interpersonal donde hay alguien que brinda claves de recuperación, llaves de acceso, orienta la estrategia del recuerdo y hay alguien que se apoya en esas ayudas...” (Solcoff, 2016: 159). La construcción de estas memorias compartidas, estrecha el lazo y une a aquellos que recuerdan aspectos del exilio juntos.

Podríamos decir entonces que el exilio se hereda casi de manera instintiva para unir a la familia. La posmemoria da pie a una resignificación de los actos de los mayores a partir del relato de sus memorias y recuerdos. Con la resignificación viene la empatía y después el perdón, muy necesario en relaciones atravesadas por situaciones traumáticas, tales como el exilio. Se lega el papel de testigo cuando se construyen memorias secundarias de violencia y abuso. La herencia del exilio responde a la necesidad de hacer un duelo. Se hereda para sanar las heridas familiares. Resulta necesario alejarse de la herida madre para poderla ver, nombrar y finalmente curar, aunque el proceso precise varias generaciones.

A una mayor escala, podríamos soñar que el exilio se hereda como estrategia colectiva para que nuevas generaciones recuerden de forma muy personal que existe la violación a los derechos humanos de tener un lugar en el mundo. El exilio se hereda como forma de resistencia en medio de una sociedad que ha fallado al enfrentar aquello que hizo el Estado. Es herencia que exige memoria, verdad y justicia; que trata de acercarnos a la realidad que nunca será contada completamente por su naturaleza traumática, pero que dignifica, porque eso sucede cuando un dolor se reconoce y se comparte. De igual forma, el exilio se hereda para que el cuerpo avance y no se quede en un mismo lugar. Para avanzar, movernos, convivir y cohabitar en paz con otros.

Vivimos en sociedades con un gran componente xenófobo, inmersas en un sistema capitalista que desprecia a aquellos que no tienen patria: llámense refugiados, desplazados, exiliados. Masas apátridas que no tienen lugar en las sociedades “civilizadas”, quienes a su vez los señalan como el enemigo. Ya sea porque no tienen capacidad laboral o de consumo, porque mantenerlos implica demasiado dinero, porque su pobreza los lleva a la violencia o porque simplemente son demasiados y son los otros. Si la eliminación de tal cantidad de personas existe -genocidios-, es porque existen sociedades en las que esto es deseable. Quizá la herencia de la migración exista para no olvidarlo, sin embargo surge la duda de por qué la situación contemporánea pareciera no apoyar la hipótesis.

EL EXILIO COMO PATRIMONIO

De niña escuchaba a Cri-Crí, pero también a María Elena Walsh. Me parecía novedosa, no era mexicana y solo mi mamá y mi tía nos la cantaban. Recuerdo melodías que hablaban de una tortuga que viajaba, de un reino al revés y también de un país llamado Nomeacuerdo.* Hoy me pregunto si María Elena se estaría refiriendo al futuro de Argentina, un país que da tres pasitos y se pierde porque no recuerda los pasos que ya dio. Al respecto, Solcoff (2016: 25) dice que “En un mundo imaginario sin memoria, en definitiva, no solo desaparecen los viejos contenidos de la memoria, sino que desaparece algo más: la maravillosa posibilidad de construir nuevos.”

El exiliado siente nostalgia por lo que fue, por lo que tuvo que dejar atrás. Utiliza la memoria y la imaginación para regresar a su origen. El que hereda un exilio la siente por aquello que pudo haber sido: imagina esa vida paralela en otro lugar. Lo cierto es que de no haber sido por el exilio, aquellos que lo heredaron ni siquiera existirían. Sus padres de países distintos nunca se hubieran conocido. En mi caso así lo fue. Puedo decir que existo porque antes de mi existió una dictadura. Una dictadura que desapareció a más de 30,000 personas y expulsó a muchos, entre ellos a mi abuelo con su esposa y dos hijas.

La herida heredada del exilio es permanente. El sentimiento de ser inadecuada, distinta, de no tener algo estable, de tener la necesidad de cambiar de lugar geográfico, etcétera, es lo familiar, lo primero que aparece en el pensamiento cuando está en piloto automático. Identificar la herida y entender eso, que siempre estará presente, nos enseña que es posible aprender a vivir con ella y empezar voluntariamente echar raíces en el lugar/espacio/comunidad que nosotros -quienes heredamos el sentimiento de no tener un lugar propio- consideramos casa por elección propia. Las raíces ya no pesan; se mueven. Nos pertenecemos a nosotros mismos y podemos tenernos a donde sea que queremos ir.

Ya no desenterramos a nuestros muertos para que viajen con nosotros hacia nuevos horizontes, ni pretendemos que nos regresen a ningún lado después de morir. Ahora elegimos dónde queremos morir, como mis abuelos, que decidieron regresar a México a los 87 y 90 años. El territorio que en principio respondía a la pasión telúrica (Sucasas, 2011), responde ahora a lo opuesto del nosotros, que no somos los otros. Es decir, uno considera propio el territorio ajeno, pese a las fronteras, a los pasaportes. En esa instancia global, lo que importa es procurar y respetar a la tierra que cobija y a aquellos que la habitan. Sabemos que probablemente no estaremos ahí para siempre. Estamos genéticamente preparados para movernos y también para hablar cuando detectemos situaciones que no queremos que se repitan de nuevo.

*Respecto de esta melodía, ya existe una muy clara referencia en el filme ganador del Oscar La historia oficial , de Luis Puenzo, en donde constituye un leitmotiv.